HAITI El asesinato del presidente: un sangriento ajuste de cuentas en el seno de la clase dirigente

En la noche del 6 al 7 de julio, hacia la una de la madrugada, la residencia privada del presidente haitiano Jovenel Moïse fue atacada por un comando armado. Unas horas más tarde, el Primer ministro informaba que el presidente había sido asesinado. En los días siguientes, se hizo público que el comando estaba compuesto por dos ciudadanos estadounidenses, de origen haitiano, y veintiséis mercenarios colombianos.
Jovenel Moïse, jefe de empresa en el sector del plátano fue elegido presidente de la República en 2016 (en unas elecciones en las que participaron menos del 21% de los electores), era alguien cercano al antiguo presidente Martelly. Al igual que su predecesor, no ha sido más que una marioneta de las grandes potencias, empezando por Estados Unidos de América, que manejan los hilos de la vida política de la isla, especialmente desde su ocupación en 2004 por las tropas de Naciones Unidas. En los últimos meses, las masas se han manifestado en numerosas ocasiones contra su régimen corrupto y sumiso a las grandes potencias, exigiendo su salida del poder, en particular protestando contra el aumento del 50% del precio del combustible decretado por el gobierno a instancias del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Estas manifestaciones alcanzaron su punto álgido el 6 de febrero de 2021, la víspera oficial del final del mandato de Jovenel Moïse… mientras que éste había afirmado, con el apoyo de la administración estadounidense, que el final de su mandato estaba fijado para el 7 de febrero de 2022. Desviando la protesta obrera y popular, una parte de la burguesía haitiana representada por los partidos de la « oposición » había intentado apropiarse de estas protestas para preparar una revolución de palacio que hubiera cambiado el equipo en el poder en Puerto Príncipe para preservar mejor el statu quo que ha visto, desde hace diecisiete años, al pueblo haitiano privado de su más elemental soberanía.
Lo menos que se puede decir es que Jovenel Moïse fue ampliamente rechazado por la gran mayoría de la población popular y trabajadora de Haití. Sin embargo, su asesinato por un comando mercenario no tiene nada que ver con la lucha de las masas. De ninguna manera sirve a la causa del país y a las luchas del pueblo haitiano. Se trata ante todo de un sangriento ajuste de cuentas en el seno de la burguesía haitiana. La misma que, de toda evidencia, ordenó su asesinato no han pretendido tomar el poder, dejando que los representantes de la administración esta dounidense anuncien la celebración de elecciones el próximo año, con el objetivo apenas disimulado de asegurar la continuidad con los gobiernos corruptos y serviles a las potencias extranjeras que han presidido el destino del país durante los últimos diecisiete años.
En esta situación, como dice el editorial del último número del semanario Haiti Liberté, publicado el día en que se anunció el asesinato:
« El país se ha encontrado progresivamente en un impasse total, en un clima de terror, de inseguridad y, por decirlo claramente, en una profunda parálisis política y administrativa. La política de destrucción total del imperialismo ha dado así sus frutos, hasta el punto de no solamente hundir a Haití en un subdesarrollo crónico, sino de alejarlo de todas sus posibilidades de desarrollo industrial y agrícola.
Una especie de retroceso, si no de estancamiento del nivel de vida, la mayoría de la población activa sin trabajo se hunde cada día un poco más en la violencia de la miseria y la arbitrariedad. Las finanzas públicas están en constante déficit, los funcionarios públicos reciben su salario cada vez más irregularmente. El pueblo es sometido a una presión más allá de los límites de lo soportable, algunos de ellos sólo logran sobrevivir gracias a las subvenciones de sus familias que viven en tierras extranjeras.
En realidad, nada puede sacarnos de este laberinto de confusión, sobre un fondo de miseria y de pobreza, nada puede remediar la infelicidad ambiental sin un cambio fundamental del sistema capitalista que nos considera para siempre como un país y un pueblo a explotar y a hacer completamente dependientes de su política neocolonial. (…) En nuestra opinión, el progreso y el cambio en el país deben ser el resultado de la acción consciente de las masas, de las fuerzas populares, de los cuadros, de los campesinos, de los obreros, de las fuerzas trabajadoras que producen la riqueza nacional, sin las cuales nunca podremos reconstruir la nación sobre nuevas y justas bases sociales. (…) Pase lo que pase, el periódico seguirá asumiendo sus responsabilidades históricas por el derrocamiento de este sistema, para que las masas desfavorecidas logren poner fin al reinado de los perros guardianes de las potencias imperialistas y destruyan todos los eslabones de la cadena de catástrofes y desastres políticos que se han abatido sobre el país”.
De nuestros corresponsales de Haití Liberté