Elección de Trump: una derrota de la políticade los dirigentes del movimiento obrero

Declaración del Comité de organización por la reconstitución de la IV Internacional (CORCI)

La elección de Trump el 5 de noviembre de 2024 en los Estados Unidos, es la expresión de un hecho: para las fracciones dominantes de la burguesía en el país capitalista más poderoso del mundo, los medios tradicionales de su dominación ya no son adecuados, ni sobre el plano internacional, ni sobre el plano nacional. La burguesía estadounidense considera que sólo puede resolver los problemas a los que está enfrentada, recurriendo a medios que la liberen de las formas tradicionales de relación entre las clases y entre los Estados.

La raíz de esta situación es el callejón sin salida en que se encuentra el sistema capitalista, basado en la propiedad privada de los medios de producción. Callejón sin salida que los marxistas no han cesado de analizar desde El Capital de Marx, el análisis de Lenin del «imperialismo, fase suprema del capitalismo», y la afirmación de Trotsky en el Programa de Transición de que las fuerzas productivas han dejado de crecer. La raíz de esta situación es el enorme abismo entre la cantidad cada vez mayor de capital disponible y la naturaleza anémica de sus campos de valorización. Esta contradicción obliga a la clase capitalista a encontrar nuevas formas de valorización del capital, por cualquier medio, incluidos los más artificiales, medios que no hacen, a su vez, sino agravar la crisis.

Durante cuatro años, bajo la administración Biden, la clase capitalista estadounidense ha intentado «resolver» esta crisis por medios como la inflación y la guerra. La inflación, que no es más que un instrumento mediante el cual la clase capitalista roba a la clase obrera parte del valor de su fuerza de trabajo, ha alcanzado tales proporciones en Estados Unidos que el poder adquisitivo de lo que fraudulentamente se denomina «clase media» se ha hundido literalmente.

Bajo la administración Biden, la clase capitalista ha intensificado sus recortes en los servicios públicos. Ha alimentado con miles de millones de dólares la guerra contra Ucrania y Gaza y ha acelerado los preparativos para la guerra contra China. Esas guerras imperialistas tienen la ventaja de “legitimar” el recurso a la economía de armamento, tradicional rueda de empuje parasitaria de la economía. Sin embargo, el hecho de que la administración Biden haya vertido más de 120.000 millones de dólares en la guerra de Ucrania (además del presupuesto militar de más de 1 billón de dólares), ha alimentado una frustración generalizada entre la población estadounidense: ¿Cómo es posible gastar tanto en la guerra cuando nuestras condiciones de vida se deterioran constantemente?

Durante su campaña, Trump se dirigiódeliberadamente a los trabajadores estadounidenses «medios» -preferentemente blancos y varones- afirmando que iba a restaurar su poder adquisitivo. En nombre de «America First», prometió un «muro» de aranceles para proteger la producción estadounidense, el poder adquisitivo estadounidense y los intereses estadounidenses. En nombre de «Make America Great Again», declaró, contra el mundo entero: tomaremos del mercado mundial sólo lo que nos interesa, sin preocuparnos ya de las relaciones entre Estados, ni de las instituciones tradicionales, sean la ONU, la OTAN, la Unión Europea, el FMI, etc. Y Biden en el poder, ha echado con su política más leña al fuego de este discurso demagógico clásico y chovinista, que invoca prejuicios muy reaccionarios.

A contracorriente de grupos de «izquierda» y de «extrema izquierda», afirmamos que el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos no es ni una derrota de la clase obrera ni una derrota de la democracia. Como lo han demostrado nuestros camaradas en Estados Unidos, el resultado de las elecciones fue ante todo un aumento considerable de la abstención. Si Trump mantiene el resultado que obtuvo en las elecciones de 2020, Kamala Harris ha perdido 10 millones de votos en comparación con el resultado de Biden hace cuatro años. Esto expresa el rechazo a las políticas de Biden, en particular por parte de los trabajadores, muchos se abstuvieron de votar, y algunos se han apartado del voto demócrata para girar hacia Trump que les prometía la vuelta al empleo, salarios más altos y mejores condiciones de vida.

No es una derrota de la clase obrera, sino una derrota de los dirigentes del movimiento obrero. Es una derrota de la política de «frente popular», que en Estados Unidos se concreta en la subordinación del movimiento sindical al Partido Demócrata. Una derrota para todos los Shawn Fain, presidente del sindicato de trabajadores del automóvil, que declaraba el 20 de agosto ante la Convención Nacional Demócrata: « En nombre de un millón de miembros activos y jubilados del sindicato UAW, tengo el honor de apoyar a Kamala Harris y Tim Walz (…). Para la UAW y para la clase trabajadora en general, estas elecciones plantean una única pregunta: ¿de qué lado estás? Por un lado tenemos a Kamala Harris y Tim Walz, que han estado codo a codo con la clase trabajadora. Por el otro Trump y Vance, dos perros falderos de los millonarios». Como lo han hecho durante décadas, la mayoría de los dirigentes de la AFL-CIO han jurado lealtad al Partido Demócrata. Han engañado una vez más a los trabajadores afirmando que los demócratas eran «Amigos del Trabajo» – «amigos del movimiento sindical» – … y han sido desmentidos por los trabajadores.

El rechazo que se ha expresado el 5 de noviembre tiene un contenido de clase, aunque no sea consciente: el rechazo de la clase obrera a la pretensión de los dirigentes sindicales de designar como «Amigos del Trabajo» a representantes de la clase capitalista. El resultado de estas elecciones expresa, a escala inédita hasta hoy, la principal contradicción de la situación en Estados Unidos: la clase obrera es socialmente un gigante y políticamente un enano. Socialmente un gigante, porque la clase obrera americana representa más de 160 millones de asalariados en Estados Unidos, con un nivel de cualificación y de productividad que explican el poder indiscutible de la industria americana. La clase obrera americana son más de 10 millones de trabajadores organizados en poderosos sindicatos. Es una intensa lucha de clases, una oleada de huelgas que se propaga desde el verano de 2023, de una envergadura que no se había visto desde hace más de cincuenta años. Lo vimos de nuevo durante las siete semanas de huelga en Boeing. En dos ocasiones la dirección sindical propuso a los trabajadores que aceptaran las propuestas de la patronal. En dos ocasiones, los trabajadores se negaron, llegando a conseguir un aumento salarial del 38% y garantías para su sistema de pensiones. Pero esta clase obrera es un enano político. Es impotente debido a la política de sus dirigentes, que malversan millones de dólares de las cuotas sindicales para apoyar a un partido capitalista, el Partido Demócrata.

A estos dirigentes les ayudan los que dicen ser de «izquierda», de «extrema izquierda», «socialistas», etc. y que, en nombre del socialismo, dan crédito a la idea de que los demócratas son «amigos de los trabajadores». En vísperas de la votación, por ejemplo, uno de los líderes del movimiento de los «no comprometidos» declaró públicamente en la Convención Demócrata de Chicago que había que apoyar a Kamala Harris. Esa es la política de Bernie Sanders, de los Socialistas Demócratas de América (DSA) y de todos los que les apoyan, que se han apresurado a decir -en cuanto quedó claro que Harris iba a perder-, después de haber pedido el voto para ella, que Harris había «abandonado a los trabajadores» y que se necesitaba «un nuevo partido», «un partido de los trabajadores», «un partido de la clase obrera».

Una vez más, esto es una tapadera para el Partido Demócrata. Porque en Estados Unidos, como lo establecieron León Trotsky y los dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) en sus discusiones de abril, mayo y julio de1938, la cuestión central común a los trabajadores de todo el mundo -la necesaria independencia política de la clase obrera- se concentra en la necesidad de que los sindicatos rompan con el Partido Demócrata, de lo que se desprende la lucha por un Labor Party basado en los sindicatos. Hablar en general de un «partido de los trabajadores» en Estados Unidos, cualquiera que sea su nombre, sin plantear la cuestión de la ruptura con el Partido Demócrata, es eludir la cuestión esencial, la de la ruptura de la clase obrera con la burguesía, la de la ruptura del movimiento sindical con el Partido Demócrata. Y esa es la cuestión planteada por el resultado de las elecciones del 5 de noviembre.

¿Qué pasará ahora? Una cosa es el programa de Trump y otra su aplicación. Esta última chocará inevitablemente con todo tipo de contradicciones. Y la primera contradicción es que la burguesía estadounidense, el capital financiero, no es homogéneo. Hay sectores que impulsaron la elección de Trump (los trusts del petróleo y el gas, etc.). Y hay otros sectores que saben que saldrán perdiendo, por ejemplo si Trump impone aranceles a ciertos productos importados de Europa o Asia. Las contradicciones dentro de la clase capitalista surgirán y se expresarán inevitablemente.

¿Qué pasará ahora? No cabe duda de que en Estados Unidos soplará un viento de reacción. Los trabajadores en general, y las mujeres, los trabajadores negros y los inmigrantes en particular, están en el punto de mira de la administración Trump. La elección de Trump también tendrá consecuencias brutales a escala internacional. La prensa internacional informa ya de que en Oriente Medio, una vez pasadas las elecciones, Netanyahu tiene un «cheque en blanco» y hará lo que quiera, donde quiera y como quiera, al menos hasta la toma de posesión de Trump el 20 de enero. El genocidio en Gaza, los crímenes atroces cometidos por Israel en Cisjordania y en el Líbano, las provocaciones militares contra Siria e Irán continuarán sin tregua.

¿Cambiará la elección de Trump el nivel de implicación del imperialismo estadounidense en la guerra de Ucrania? Incluso si Trump llegara a un acuerdo pasajero con Putin, eso no haría sino desplazar el centro de gravedad de la guerra imperialista hacia China. Ya que hay un punto en el que Biden y Trump están de acuerdo, porque corresponde a los intereses vitales del imperialismo estadounidense: es imposible preservar esos intereses permitiendo que sobreviva una economía china que sigue estando basada en la propiedad del estado, en un 80%. Desde este punto de vista, puede haber un compromiso momentáneo con Putin, pero no con China, porque el objetivo es la destrucción de la propiedad estatal, que es incompatible con las necesidades vitales del imperialismo, se piense lo que se piense de los dirigentes chinos.

Con la administración Trump, el imperialismo estadounidense tiene claras intenciones de dejar de preocuparse por todos sus compromisos internacionales anteriores. Esto se aplica, por supuesto, a la ONU, pero aún más a la Unión Europea. La elección de Trump ya está empujando a todas las potencias imperialistas, a todos los gobiernos de Europa, a buscar un acuerdo separado con el imperialismo estadounidense, en detrimento de la «Unión Europea». Y en detrimento, en particular, del lugar que ocupa en Europa el imperialismo alemán y, en menor medida, el francés. Esto acentuará la crisis de los imperialismos que rivalizan en el continente europeo. Y acentuará en Europa la guerra que libra cada clase capitalista contra su propia clase obrera, acentuando a la vez todas las tendencias hacia la extrema derecha, y alimentando en retorno las ilusiones en las combinaciones de tipo «frente popular» que parecen abrazar las aspiraciones de las masas a la ruptura. Pero todo esto acelerará también el choque entre las clases.

Para los partidarios de la reconstitución de la IV Internacional, todos estos procesos ponen la revolución proletaria al orden del día. A ambos lados del Atlántico y en todos los continentes, miles de millones de obreros, campesinos y jóvenes se enfrentan a la guerra y a la marcha hacia la guerra mundial, al considerable empeoramiento de sus condiciones de existencia que amenaza su supervivencia. Se expresa en todas partes la búsqueda de la lucha de clases, que necesariamente adoptará nuevas formas. Debemos prepararnos para ello.

Para los partidarios de la reconstitución de la IV Internacional, la consecuencia de esta nueva conmoción en la situación mundial es, más que nunca, contribuir a preparar la lucha de clases contra los gobiernos capitalistas que hacen la guerra.

Esto significa luchar por auténticos partidos obreros, luchar por gobiernos de los trabajadores que rompan con la burguesía y sus instituciones, que rompan con la barbarie generada por la bancarrota del sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción.

11 de Noviembre 2024